Vacas, perros y trabajadorxs precarizadxs. Un presente azotado por trozos de mundo. Virus, bacterias y ciertas grietas en los cementerios. Un tipo de vida que cae por debajo de lo perceptible. Lo visceral y la vibración sensible que se despliegan en el terreno de lo corporal.
Bios precario parte de una constatación: somos materia compartida, siempre entretejida con otros vivientes, en ensamblaje de mundos, con una cierta relación de movimiento y reposo. Funciones acopladas, un saber del cuerpo como ser finito pero expuesto. Lo viviente, en tanto vulnerable, define una condición de existencia corporal atravesada por la interdependencia con otros: lazos y encuentros, un enmarañamiento de fibras con humanos, animales, vegetales, cosas y objetos. Somos incompletxs e insuficientes, somos un plano de contigüidad y de proximidad interconectado.
Si la precariedad se predica a partir de lo vivo no es porque todo sea social o humano, ni porque todo lo orgánico esté organizado, sino porque el organismo es una desviación de la vida, y ésta, a su vez, excede lo orgánico. Una línea frenética de variación e intensidad: la trama de organismos, la importancia del nudo y del punto de intersección.
Sin desconocer que no todo viviente se puede interconectar, Bios precario también apunta a la imposibilidad del lazo, porque a veces ciertos cuerpos, al juntarse, se descomponen o se envenenan. Ese modo de composición supone, de forma coincidente y paradójica, un arte de las distancias. Es decir, cómo ser interdependientes sin estar yuxtapuestxs, sin generar flujos de toxicidad o contaminación cruzada, sin provocar violencia, muerte o el deseo de aniquilar aquello otro que me descompone. Y al mismo tiempo, esto señala un desafío por venir: cómo incrementar la potencia componiéndose con otros cuerpos.