Aunque el ser social se estatuye mediante un proceso de afirmación histórica, no obstante, esta afirmación histórica ha sido una afirmación de la masculinidad. Se ha anulado la existencia del ser femenino del ser mujer mediante un permanente proceso de negación histórica.
Negación histórica y anulación de la feminidad que habrá de materializarse en un mundo falocrático, sexista y heterodesignado, donde los hombres han creado el arte y la industria, la ciencia y el comercio, el estado y la religión. (Simmel, 1999, p. 177) En definitiva, donde todo el complejo normativo-organizativo ha sido masculinizado. Ahora bien, un mundo masculinizado no porque las mujeres se negasen a participar en su proceso de construcción, por el contrario, esta posibilidad les ha sido históricamente negada mediante una sistemática exclusión de los medios productivos y la apropiación masculina de la acción económica. (Gilman, 1898)
Así, la mujer será definida a lo largo del proceso histórico social y de su vida en particular como ser carente, incompleto, atribuyéndole como características propias a su naturaleza del ser mujer, la ignorancia, la pasividad, la debilidad, la irracionalidad, la auto postergación, la subordinación, entre otras, donde lo subjetivo, lo afectivo, lo emocional, ha sido definido en oposición a lo racional.