En su libro sobre los levantamientos indígenas de los corregimientos de Riobamba, en 1764, y Otavalo en 1777, Mireya Salgado hace añicos la mismísima categoría de indio, que ocupa un lugar central en la historiografía colonial. Si miramos de cerca estas dos insurrecciones, encontramos que los protagonistas de uno y otro acontecimiento atravesaron experiencias disímiles de etnogénesis urbana y rural. No obstante, la histografía insiste en que compartieron una misma identidad colonial, la de indios.
El trabajo de Salgado es riguroso y provocativo. Demuestra que lo indígena en las Américas es una máscara que oculta diferencias profundas en las dinámicas de rebelión y etnogénesis, es decir en la forma en que comunidades e individuos indígenas siempre se transformaron. Riobamba y Otavalo sufrieron levantamientos indígenas por causas similares: la crisis obrajera, las epidemias y los terremotos de Quito del siglo XVIII. Sin embargo, los levantamientos y los discursos políticos de rebelión fueron radicalmente distintos, a pesar de la cercanía geográfica entre ambos lugares.
La obra de Salgado es un aporte importante al estudio de las políticas indígenas desencadenadas por las reformas borbónicas. Debe ser integrada a los estudios de Charles F. Walker, Sergio Serulmikov y Sinclair Thomson sobre los levantamientos de Túpac Amaru en el Cusco y Túpac Katari en el Alto Perú.