Émile Armand es el pseudónimo de Ernest Juin, nacido en París en 1872, principal exponente de las ideas anarquistas individualistas y un apasionado defensor del amor libre durante las primeras décadas del siglo XX. La actual edición de El anarquismo individualista (Lo que es, puede y vale), que fuera publicado por primera vez en español en 1916 por traducción de M. Costa Iscar en la imprenta Germinal de Barcelona, se trata de una exposición al mismo tiempo sintética y detallada de una corriente de pensamiento y acción sobre la cual se han desplegado numerosas interpretaciones y equívocos, por no mencionar prejuicios. En las últimas décadas del siglo XIX, la formación de grupos de afinidad que rechazaban la organización en sindicatos y sociedades obreras, así como una constante participación en atentados y asaltos a mano armada, fue realizada bajo la nomenclatura o etiqueta del anarcoindividualismo. Armand discute precisamente con esta tendencia en el capítulo La ilegalidad del presente libro, señalando los peligros de un ilegalismo profesional que limitaría el desarrollo intelectual y no conduciría a la liberación económica.
Las preocupaciones de Armand se orientan en torno de dos ejes: por un lado, el individuo y sus relaciones con una sociedad definida como el producto de las adiciones individuales o la suma de las individualidades que idealmente deberían asociarse a voluntad; y por el otro, la camaradería amorosa, que se distingue de la libertad sexual por intentar basarse en una elección consciente y razonada, en un proyecto de distribución equilibrada de ternura y voluptuosidad en los vínculos entre compañeros.Vivir la vida intensamente, con placer, no implica dejar rienda suelta a los apetitos brutales y a la licencia irrazonable, dirá acerca de la educación de la voluntad: El dominio de sí mismo es la primera condición de una vida plena. El anarquismo individualista es, para Armand, un principio social y moral: el punto de partida de una sociedad ideal donde los seres humanos se uniesen mediante un contrato libremente consentido, respetando la libertad de todos sin molestar la de cada cual. Ello requeriría el derecho a la propiedad individual del suelo y de los medios de producción, así como el de la libre disposición de los productos, ambos considerados una garantía esencial de la autonomía personal.
Si la utopía de una sociedad agraria y artesanal donde todos intercambian libremente sus productos sin mediación de institución alguna puede constituir hoy un proyecto cerrado para la historia, seguramente no tendremos la misma impresión ante la relevancia otorgada al yo dentro del ideario anarcoindividualista. De hecho, la jerarquización de una individualidad que se desea libre de toda obligación social aparece como insistente modelo en la sociedad contemporánea. Un examen más profundo habría de revelar las diferencias y semejanzas entre el ideal del yo preconizado por Armand y el que se presenta bajo las formas modernas y posmodernas de la sociedad de mercado. La elevación del yo al rango de un absoluto que trasciende toda estructura y toda forma de ser se hallaría en lo que el filósofo Ángel Cappelletti llamó la última etapa de la prehistoria del anarquismo, encarnada fundamentalmente por Stirner. Sería necesario dar un paso más, abolir ese constructo que se cree ley, soberano, único: destronar ese rey vacío, derogar sus privilegios, denunciar su artificiosidad, su ficción, su fragilidad
Armand reivindica el ideal de Stirner, pero cabe señalar el énfasis que también puso en el trabajo de asociación con otros a lo largo de su vida, como se observa en su interés por la historia de las comunidades y por el grupo Atlantis, que él mismo habría formado para la práctica del amor libre en las afueras de París.
En suma, el interés de Armand parece centrarse en esa minoría de indomables o refractarios que ansían practicar un compañerismo radical entre seres libres y vivir en paz y con el mayor grado de independencia posible sus experiencias personales.
Una suerte de especie dentro del género humano, tal como él se sentía inclinado a expresar. Queda por ver si esa tribu dispersa en el tiempo y el espacio podrá sobrevivir a uno de sus más fervientes incitadores.