El tiempo, junto con el espacio, es uno de los ejes que permiten orientarse a los seres
humanos. Sin embargo, se trata también de una abismal interrogante tanto para el
arte como para las ciencias. Carpe diem, quam minimum credula postero, así los latinos aconsejaban aprovechar el día, vivir a fondo el presente sin pensar en el futuro.
La época en la que vivimos parece haber malinterpretado esta máxima. Vivimos en
la era de la inmediatez, pero ésta en lugar de permitirnos experimentar el presente,
lo vuelve en extremo superficial y perecedero. En esta era las peores tragedias tienen
una vigencia similar a las películas en la cartelera del cine, el tiempo que tarda en
llegar el estímulo siguiente. La adicción a lo instantáneo es la causa de un nuevo
oscurantismo: estamos hipnotizados por nuestra voraz necesidad de consumo y de
satisfacción inmediata. Sobre este tema tan fundamental a nuestros ojos, discurre el
ensayo de Romeo Tello. La rapidez se ha vuelto un valor absoluto, una victoria alada sin cabeza ni pies, asegura el ensayista y editor. Melina Gastélum, neurocientífica de la UNAM, explica cómo la experiencia humana del tiempo está condicionada
por las emociones y los juicios, mientras que el genetista Pablo Meyer describe la
forma en que nos afectan los ritmos circadianos y la manera en que envejecen las
células. Nuestro cuerpo es un reloj que, lo queramos o no, acusa el paso del tiempo.