Mercedes Aguirre nos brinda un relato minucioso en el que el personaje central, Vicente Segovia, plasma a través de unos apuntes el devenir de su vida en un tiempo presente sujeto a lo imponderable del destino, sin dejar de revisar los hechos del pasado.
Como se trata de un pintor, toda su óptica pasa por la composición y la armonía de las formas, colores, puntos de vista y perspectivas. Observa la luz y las sombras tanto en las relaciones familiares como en la concepción del arte actual. Este análisis metafórico lo lleva a conclusiones angustiantes, ya que está regido por principios primigenios, ajenos por completo al vedetismo, a la fama o a las poses que, según su forma de ver, son falsamente artísticas.
Sivela está estructurada en siete capítulos, que geográficamente se ubican en dos lugares contrapuestos: Ramas, un pueblo costero del Río Paraná, y la capital, con sus vestigios de bohemia ya sepultos por la vorágine urbana y los tiempos modernos. Dualidad que sirve de eje a extensas e intensas reflexiones en las que el artista procura hallar el sentido del propio arte y de la vida.
También hay una galería de personajes que difícilmente podamos calificar de secundarios, porque gravitan en el argumento con una energía relevante; la habilidad narrativa les confiere importancia más allá de sus duraciones en el ámbito de la obra.
Pareciera que como en el TAO una actitud de no acción frente a las tormentas de su entorno le hace dirigir su barca con maestría ancestral y llegar a la plenitud de la realización personal. A lo largo de tal experiencia los lectores están sometidos a una prosa que no los deja indiferentes; al contrario, la lectura de Sivela no es un ejercicio pasatista, sino una convocatoria a rever los grandes interrogantes del ser humano.