No ha habido rincón del planeta que, en las últimas cinco décadas, haya sido más castigado por los golpes de Estado que el continente Latinoamericano, golpes que han contado con la promoción y el aval de Estados Unidos. Durante estos cincuenta años los modos en que se ha depuesto a la democracia se han transformado radicalmente: hoy las técnicas son mucho más refinadas, sibilinas; los golpes se ejecutan desde los despachos de los poderes industriales y financieros, con la connivencia de jueces y Policía, con la aprobación de instituciones ajenas a las urnas.