Hume dijo que "la razón es esclava de las pasiones". Pascal Quignard va más lejos: la razón nace herida, tartamudea, sangra. En La razón, el último gran declamado romano, Marco Porcio Latrón, encarna una inteligencia que no argumenta, sino que recuerda, balbucea, caza. Con una prosa que es música y exaltación, desmonta la razón clásica para hallar, entre la infancia y el exilio, su núcleo oscuro y visceral. Traducida con belleza por Audomaro Hidalgo, esta obra desciende hacia lo anterior al lenguaje, ahí donde pensar es también temblar.