Es posible leer El caballo y el gaucho como una gran coreografía de reflexiones, accidentes lógicos, hechizos y relatos; como un sueño en donde toda la humanidad está despierta; como las imágenes de un Wittgenstein abandonado a los placeres sensuales.
Algo ocurre con los personajes de Katchadjian, que parecen ser empujados por una fuerza misteriosa a ir más allá de su destinno, y en el proceso van reconstruyendo ese laberinto de silogismos que parecía delimitar su realidad.
Esta es una joya que enrarece todo lo que toca, un libro que podría releer cien veces.
Pablo Robles