Natalia Madrueño tiene un don:
Mira entre los intersticios como si no mirara, sin una marcada intención, y luego nos muestra lo que vio, lo que sintió, lo que se le presentó de pronto y nos sorprende lo que nos muestra.
Natalia es sencilla y por eso puede ver esas cosas simples en un mundo de complejidades artificiosas creadas por los deseos y las creencias.
Y también tiene el don de romper la linealidad del tiempo, el curso de una historia, por el deseo, ese deseo oculto que tienen sus personajes que se desnudan de pronto, de manera inesperada, sorpresiva, por un arrebato inexplicable.
Los relatos tienen una lógica y los lectores esperan que se cumpla como se cumplen las cosas, consecuentes unas de otras, como se definía el cuento, del que deriva la microficción, y hay muchas microficciones lógicas, de finales esperados, o por lo menos sospechados, porque siguen este proceso de síntesis que Natalia Madrueño se salta: no rompe las reglas del cuento, las salta, va más allá, siguiendo esa costumbre femenina de la gracia.
La gracia es ese don femenino que hace bellas a las mujeres, que las distingue por sus gestos, y esos gestos son los que nos sorprenden en los microrrelatos de Natalia Madrueño, que va de unas mordiditas leves, continuadas hasta el orgasmo, a un desnudarse súbito y sin saber nadar arrojarse al océano.
Para mí, ese atrevimiento de cambiar el curso de las cosas es lo que causa un impacto en los sentidos del lector que se va a quedar con esa sensación de gusto que da una carrera intensa, porque estos microrrelatos son como una carrera de velocidad en cámara lenta: al final nos causa esa agitación que produce el horror, sin haber en ninguno de sus relatos algo semejante al horror lovecraftiano.
Pero sí esa sugerencia que induce a otra dimensión.
Si lo empiezas a leer, estimado lector, luego de la primera lectura te quedarás con ese resabio de que algo te faltó y lo tomarás de nuevo y sentirás lo mismo como cuando miras tu imagen en un par de espejos cuyo reflejo se reproduce de manera infinita.
Estas minificciones representan esos deseos a los que no logramos dar forma y de manera recurrente volvemos sobre ellos.
En los sentimientos, que nos provoca la lectura de estos relatos breves, que nos llevan a una dimensión fuera de la lógica a la que estamos acostumbrados, radica su belleza estética.