Jaramillo, al igual que Zapata, no era un letrado, ni mucho menos un teórico, pues apenas sabía escribir lo necesario para la gestión campesina, sus programas de lucha y, como en este caso, su autobiografía. Fue un revolucionario práctico con un discurso profético, lleno de parábolas, citas bíblicas y de frases incendiarias aprendidas de los magonistas; su lenguaje era perfectamente entendible y asimilado para una población analfabeta, pero ávida de mensajes esperanzadores. Jaramillo sostenía que el pueblo, sólo unido y organizado podría ser respetado, y que lxs luchadorxs sociales debían poner en práctica todas las formas de lucha posibles.