El margen es un territorio consustancial al discurso del poeta. Desde esa orilla, que se resuelve indistintamente en frontera y límite, tenemos a nuestro alcance una mejor perspectiva del mundo. En ese sentido, la trashumancia, el retiro al desierto, la vida de ermitaño, contribuyen a una experiencia interior y, inevitablemente, al distanciamiento con «el mundanal ruido». Entre las metáforas del viaje, la ventana de un paisaje cambiante en la mirada del viajero alienta, paradójicamente, la inmovilidad o mejor dicho, la fijeza de un solo pensamiento: ¿a dónde marcho? Obviamente, la respuesta no es un lugar específico, Éfeso o Real de Catorce, sino un destino anímico no ubicable en cartografía alguna.