Inés sabía, podríamos decir, que se escribe en los pliegues de los hechos. Se reposa sólo
en aquello que se pierde. Se busca la alegría, incluso y sobre todo, en lo imperfecto.
Tantas cosas atraviesan estos poemas pausados e inusuales. Tanto es lo que visita sus
imágenes sencillas yo guardaba/ las cosas que decía/ la hilera de tus pasos/ su caricia
de avena/ entre los utensilios.
Y todo para que los poemas se embarquen en su dicción compleja, en un viaje paradojal hacia ningún lugar reconocible: La Matanza o Samotracia da igual.
De ahí, su alto silencio, su camino cosido por la bruma como un dobladillo, en busca de la serenidad, que no es otra cosa que la música interior, esa confianza. (
) Inés
habló de la avaricia del lenguaje.
Tenía razón.
Nada más importa.
Ella sueña Nosotros inventamos que ella canta.