n las páginas de «Rotundamente negra y otros poemas» se recoge un poderoso conjunto de poemas de reafirmación, identitarios, como se deduce de su explícito título.
De dos categorías humilladas y subalternas (mujer negra), Shirley Campbell Barr (afrodescendiente nacida en Costa Rica en 1965), alza la voz con orgullo de su identidad, de su condición, proclamando su dignidad: «Me niego rotundamente / a negar mi voz / mi sangre y mi piel / (
) mi piel valientemente negra»; «Hoy disfruto con sobrada elegancia / mi negrura». De esta manera, este volumen nos presenta piezas contundentes, que ponen sobre la mesa el reconocimiento del pasado, del linaje de género y raza. Aunque la escritora habla en primera persona, se trata de un sujeto con el cual pueden muchos identificarse, y que se vuelca en la comunidad.
Con todo, se trata de un poemario que se nuclea alrededor de lo positivo (no de la denuncia); se convierte, por tanto, en un libro movilizador. Estas páginas insisten en la desobediencia («porque me cansé de callarme la lengua / y la piel / y el alma / y se me cansó la nuca / de tanto llevarla arqueada / de tanto mirar al suelo»), en construir un camino propio.
La escritora elabora una reivindicación de la memoria al mismo tiempo que plasma anhelos y esperanzas (los cuales son disparados por los hijos). Al respecto, estremece la serie de poemas en los que la poeta habla de y con sus abuelas. Resultan textos paradigmáticos y muy significativos: a nivel político, en la visibilización de luchadoras cotidianas, en la emotividad, en el tono cercano y en vinculación comunicativa.
Por ello, Barr emplea un registro directo, parco en imágenes y metáforas (muy puntuales, usadas sólo como amplificadoras de sentido), de gran potencia, precisa en la rotunda enunciación de la proclamación que encuentra el registro necesario para su afirmación.
Sus poemas, en definitiva, se constituyen como un grito de dignidad y rebeldía.
Me niego rotundamente
a negar mi voz
mi sangre y mi piel
y me niego rotundamente
a dejar de ser yo
a dejar de sentirme bien
cuando miro mi rostro en el espejo
con mi boca
rotundamente grande
y mi nariz
rotundamente hermosa
y mis dientes
rotundamente blancos
y mi piel
valientemente negra.
Y me niego categóricamente
a dejar de hablar
mi lengua, mi acento y mi historia
y me niego absolutamente
a ser de los que se callan
de los que temen
de los que lloran
porque
me acepto
rotundamente libre
rotundamente negra
rotundamente hermosa.