Cuanto más masivo es el fútbol, menos calidad, menos arte, menos creatividad, menos pasión positiva como elemento de identidad cultural: todo esto ya está dicho y más que reiterado. Los futbolistas que han entrado en el vértigo de los millones, resultan ser como las divas y divos que integran las listas de ricos y famosos. Pero cientos de futbolistas se quedarán atrapados en sus sueños de fama y dinero, como un proletariado que seguirá produciendo utilidades a las clases altas sin lograr el ascenso social que anhela. ¿Podrán los futbolistas liberarse de esa alienación y unirse para ser tratados como trabajadores del deporte, que se respeten entre sí combatiendo la violencia dentro y fuera de las canchas?áSon pocos aquellos que den opiniones o actúen con relación a sucesos políticos o sociales, como si no fueran ciudadanos del mundo, ya que viajan de país en país de modo habitual y aparecen en millones de pantallas; hay excepciones como las de Maradona, Messi y sus compañeros en apoyo a las Abuelas de Plaza de Mayo, y otras.áQuiérase o no, el desespero por tener acceso a esas posiciones de prestigio, puede generar una parte de la violencia real que vemos en las canchas. Pero esa violencia real tiene raíces más complejas, como las estudiadas en este mismo libro. Insistimos: a mayor e incontrolable masividad, mayor aumento de la violencia.áLa violencia real y concreta continuará, ya individual, ya organizada en ´barras bravas´, alentada por la corrupción y la tasa de utilidades relacionadas con publicidad, apuestas, inversiones de plata sucia, opacos acuerdos con países organizadores de mundiales, etcétera.